17 octubre 2012

La cuestión es el trabajo


León Bendesky - La Jornada

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) califica de alarmante la situación global del mercado laboral. Hoy, señala, existen 30 millones más de personas sin empleo que antes de 2008, y 40 millones, de plano han dejado de buscar trabajo. En el caso de Europa se espera que los niveles de empleo de ese año se alcancen hasta finales de 2016. En Estados Unidos la recuperación es lenta y con altibajos. En Japón y China las restricciones están expuestas.

Conforme las mediciones utilizadas y las grandes limitaciones que ellas tienen, pues en realidad ocupación y empleo parecen asimilarse de modo muy laxo, la OIT estima que en el mundo existen más de 200 millones de personas sin empleo, una tercera parte tiene menos de 25 años.

Si esto ocurre con la población que está medida en las estadísticas nacionales, es claro que la cantidad de personas sin empleo formal y que viven de manera precaria, con todo lo que eso entraña, es muchísimo mayor. Y la fuerza de trabajo, en la medición oficial, se amplía en 40 millones al año.

Aún así, de aquellos que están empleados no puede eludirse una consideración lo más específica posible de las condiciones de trabajo. Los cuatro elementos: cantidad, calidad, remuneración del trabajo y escenarios de retiro son inseparables en última instancia. La situación es grave, por decir lo menos.

La OIT estima que en los países más ricos, hasta dos quintas partes de quienes buscan empleo y que están en un rango de edad entre 25 y 49 años, han estado desempleados por más de un año. La situación es especialmente dura en el caso de los jóvenes.

Las crisis, como la actual centrada en Estados Unidos y Europa, pero que se extiende a otras zonas, son generalmente denominadas como financieras. Pero su manifestación específica va más allá de los balances de los bancos, y de los gobiernos y las grandes deudas en que han incurrido, incluso considerando la de las familias. La crisis es la de un enorme desempleo, desocupación, subocupación y, de plano, desigualdad y marginación.

La gente tiene que trabajar y esa es la línea de fondo del balance social. Este criterio se pone, sin embargo, en un plano inferior. Entre los que la OIT considera empleados están 900 millones que ganan el equivalente a 2 dólares diarios y están sumidos en la pobreza.

A estos componentes, que deben ser centrales en la consideración de la dinámica económica y de las políticas de ajuste en sus diversas expresiones, hay que añadir el factor demográfico.

Según los datos de la Revista Internacional de Seguridad Social, las tendencias poblacionales por edad indican un constante envejecimiento hasta 2050. La población menor de 15 años en los países más desarrollados disminuirá de 16.5 por ciento en 2010 a 15.4 en 2030 y 2050. En el grupo de países menos desarrollados (en el que se encuentra México) los datos respectivos son: 29.2, 24 y 20.3 por ciento. En cambio, la población de más de 60 años se incrementa en el primer caso de 21.8 a 28.8 y 32.6 por ciento, y en el segundo caso de 8.6 a 14.2 y 20.2 por ciento en los próximos 18 y 38 años.

Esto sucede al mismo tiempo en que la expectativa de vida está aumentando, lo que significa que los fondos de pensiones deben prever y alcanzar para sostener a una mayor cantidad de personas, por un más largo tiempo y de preferencia en situación decente. Esto tiende a incumplirse, incluso en países con arreglos institucionales complejos, en especial por la caída de los aportes a los sistemas pensionarios junto con la menor rentabilidad de las inversiones y las bajas tasas de interés que prevalecen ya por largo tiempo.

Las condiciones laborales de desempleo e informalidad, y las relativas a la expansión productiva de largo plazo, que son por ahora muy débiles, conforman un escenario social y económico muy conflictivo. Los economistas debaten acerca de las posibilidades de una reedición del crecimiento productivo y del empleo de largo plazo, y la cuestión no apunta a un auge de ese tipo. Las excepciones no alcanzan para una recuperación general. Así exponen las previsiones recientes del FMI.

En un entorno de grandes fricciones sociales, el llamado de moda que se hace desde los organismos internacionales (como ocurrió la semana pasada en Tokio) para alcanzar consensos aparece como falto de contenido práctico. Los desacuerdos y fricciones entre gobiernos y ciudadanos son los que en verdad prevalecen.

Este asunto de los consensos que se proponen es especial para enfrentar las condiciones laborales, las pautas del ajuste y las medidas de política pública. Las recientes manifestaciones sociales en países como España y Grecia no apuntan en esa dirección, mientras los políticos y los burócratas regionales no aciertan a orientar la crisis hacia una puerta de salida.

En México, el Banco Mundial ahora sostiene que los cambios en materia laboral y energética que están en marcha deben insertarse en un marco de consensos para renovar la expansión productiva. ¿Cuáles? Las acciones no van en esa dirección, sino que se plantea más bien el de la imposición, de un lado, o el rompimiento, del otro.

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