Tomás Buch - RIO NEGRO ON LINE
Hace pocos días falleció uno de los más importantes historiadores de nuestra época, a la que estudió mientras la veía transcurrir ante sus ojos. Eric Hobsbawm tenía 95 años y nunca sabrá la respuesta a su última y angustiada pregunta: ¿qué viene ahora?.
Su extraño apellido fue causado por un error burocrático (su verdadero apellido fue Hobsbaum) y fue uno de los más importantes historiadores del siglo XX –tan importante que se perdonó el haber sido marxista toda su vida, consecuente con Marx aunque no con sus autodesignados seguidores–. Sus comienzos fueron los mismos que los de muchos judíos alemanes, aunque haya nacido en Egipto. Se crió en Berlín y en Viena y emigró en 1933, cuando le resultó claro lo que se venía. Fue a Londres, donde estudió, escribió y enseñó. En la Segunda Guerra Mundial le tocó actuar en el Cuerpo de Ingeniería y en tareas de educación; después inició una trayectoria académica exitosa, aunque siempre estuvo al borde porque su declarado comunismo lo señalaba como sospechoso. Estudió en el King's College de Cambridge, en un ámbito en el que habían brillado Keynes, Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, y a pesar de todas las suspicacias fue nombrado profesor en la London University y escapó de las garras del macartismo, que en Inglaterra fue mucho menos pronunciado que en Estados Unidos. Fue admitido en la Academia Británica y tuvo frecuentes apariciones en universidades estadounidenses.
Su obra es extensa e indispensable para comprender la actualidad, porque se remonta a sus orígenes, a los que él llama "la Revolución Dual", la Industrial en Inglaterra y la política en Francia. Remontándose a ese comienzo de la historia contemporánea, él fue quien habló del largo siglo XIX (entre 1789 y 1913) y del corto siglo XX, que para él comenzaba con la Primera Guerra Mundial y había terminado con el derrumbe del fracasado intento de construir un socialismo, basado en su admirado Marx pero distorsionado por Lenin y transformado en un capitalismo estatal totalitario por Stalin.
Sus obras más conocidas son una trilogía de historia contemporánea formada por "La era de la revolución, 1789 -1848", "La era del capitalismo" y "La era del imperio, 1875-1914" e "Historia del siglo XX", cuyo título en inglés es "La era de los extremos". Una de sus últimas obras fue "Guerra y paz en el siglo XXI", del 2007.
El siglo XXI lo tenía perplejo. Se preguntaba acerca del futuro con gran sinceridad. "¿Qué viene ahora?", se interrogaba hace tan sólo tres años. El socialismo real había fracasado y el capitalismo, deformado por la globalización y lo que, sin temor a exagerar, podríamos llamar la Revolución Financiera, se halla sumido en la peor crisis de su historia –la primera global–, donde la producción ha dejado su lugar dirigente a la especulación financiera y a una loca carrera hacia un "crecimiento". Se ha superado la capacidad de sustentación de la Tierra, a pesar de los 1.500 millones de desnutridos. Este crecimiento agota los recursos naturales, incrementa deliberadamente la agresividad y la insolidaridad –las peores lacras de la humanidad– y destruye la Tierra a velocidad creciente. Tal "crecimiento" alocado y suicida no es contradictorio con el predominio del capitalismo financiero; más bien al contrario. Todo el capitalismo es una huida hacia adelante; si se detiene, se muere: uno de los sensacionales descubrimientos de Marx en lo que fue el mejor tratado de la "anatomía" del capitalismo de su época –justamente aquella que Hobsbawm llama la era del capitalismo–.
No se puede decir que Hobsbawm se haya hecho socialdemócrata en sus últimos años. Pero se imaginaba alguna forma de capitalismo domesticado, que no parece estar en los planes de los promotores de la forma actual del capitalismo, inaugurado en los años 1980 por Ronald Reagan y Margaret Thatcher ("Reaganomics") y que ahora es llevado a extremos absurdos con una distribución de la riqueza cada vez más desigual, un estancamiento del desarrollo humano y la amenaza constante de guerras mortíferas con armas cada vez más complejas, caras y sofisticadas y una vida privada basada, por una parte, en el egoísmo y el individualismo y el peligro de un control como el que, en 1948, describía George Orwell en su "1984". Con el agravante de que el tráfico (legal e ilegal) de armas, el de drogas –que prospera por su ilegalidad– y el de personas son los que mueven las mayores sumas de un dinero cuestionado en su misma esencia.
Con estas líneas he querido rendir un modesto homenaje a uno de los historiadores más lúcidos de nuestra época, y paso el aviso de que su obra principal es fácilmente accesible en castellano y en rústica y está escrita en un estilo tan ágil que se lee como una novela.
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