Cuando acabe esta crisis, que ha exacerbado más su visibilidad que su poder real, su poder se verá relativizado
PASCAL BONIFACE - La vanguardia
Raymond Aron, al publicar en 1962 su gran obra Paz y guerra entre las naciones, creía que las relaciones internacionales eran, sobre todo, relaciones entre estados. Está admitido desde hace mucho tiempo que los estados han perdido este monopolio y les hacen la competencia numerosos actores internacionales, desde multinacionales hasta organizaciones no gubernamentales (oenegés), pasando por grupos mafiosos y organizaciones internacionales. En este inventario, hoy en día algunos afirman que los verdaderos dueños del mundo son las agencias de calificación, capaces de hacer o deshacer gobiernos y de influenciar por su juicio sobre los mercados. Se las ha acusado de debilitar la democracia, al sustituir las agencias a los electores cuando incitaban a la dimisión a gobiernos elegidos democráticamente y a su sustitución por nuevos gobiernos técnicos, como ha sucedido en Grecia y en Italia. En Francia, la reciente pérdida de la triple A se ha metido, sin mucho éxito, en la campaña electoral a la presidencia de la República.
El peso de las agencias de rating presenta problemas. ¿Quién las juzga a ellas mismas? ¿Acaso no tuvieron una gran responsabilidad en que se desencadenara la crisis en el 2008, al adjudicar la mítica triple A a instituciones privadas, como Lehman Brothers, que proponían productos financieros tóxicos, como las subprime? No fueron muy exitosas en sus previsiones. Entonces, ¿por qué confiar en ellas ciegamente? También se les ha reprochado ser a la vez juez y parte, ya que ponían nota a sus propios clientes. Se les ha acusado de especular contra el euro intentado favorecer al dólar, o incluso de querer su muerte al degradar la nota de varios países europeos en el mismo momento en que el problema de la deuda parecía menos grave. ¿Acaso no actúan por motivos políticos al atacar a una moneda que empezaba a competir con el dólar? Hay que evitar que las agencias de calificación caigan en la doble trampa de la teoría del complot o la de atribuirse un poder más allá de las normas.
¿Los gobiernos que se lamentan de la dictadura de estas agencias no han sido los primeros que les dieron un papel en las reglamentaciones financieras o en sacralizar sus análisis cuando les eran favorables?
Es verdad que los anglosajones dominan las agencias de calificación. Ello no es más que el reflejo de la esfera financiera. Las agencias tuvieron en los años sesenta y setenta el papel de facilitar el trabajo de los exportadores, aconsejándoles. Con la globalización financiera, la tarea de las agencias creció considerablemente.
Las que estaban en cabeza, vinculadas a las bolsas de Nueva York y de Londres, se impusieron como líderes. Los empleados de las agencias de calificación no son todos estadounidenses, pero comparten la misma formación y los mismos prejuicios. Estados Unidos ya vio rebajada su triple A antes que los países europeos.
No hay que dar a las agencias de calificación más poder que el que tienen. No han sido sus decisiones las que han hecho caer los gobiernos de Papandreu o de Berlusconi, sino los respectivos parlamentos nacionales, respetando los procedimientos constitucionales en vigor en esos países. La falta de rigor histórico en la gestión de las finanzas públicas griegas o la imagen tan degradada del ex primer ministro italiano parecen las causas verdaderas de las dificultades de esos dos países, a pesar de que la especulación se haya colado por esa brecha.
Los avisos de las agencias reflejan una situación pero no la crean. No es obligatorio someterse a sus indicaciones como a una ley de bronce. Incluso sin su AAA Francia puede valerse sin dificultades. Fueron los responsables políticos franceses quienes con sus declaraciones anteriores habían hecho de la triple A un criterio de credibilidad financiera internacional.
La importancia otorgada a las agencias de rating probablemente se verá relativizada cuando acabe esta crisis, que sin duda ha exacerbado más su visibilidad que su poder real. Seguirán desempeñando un papel a su medida, puesto que, en la escena internacional, intervienen miles de actores, cada uno a su manera.
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